jueves, 20 de diciembre de 2012

Función de despedida

Y ahora mismo, mientras escribo esto en el bar que está a dos cuadras de mi casa, me doy cuenta de que estamos en problemas. Porque a mí me gustaste desde el momento exacto en que te vi, eso nunca estuvo en duda. Pero, y esto es lo que realmente me sorprende, inexplicablemente, sin hacer demasiado esfuerzo, diciéndote tres boludeces, yo también te gusté.

¿Y ahora qué hacemos? Si ya no me importa saber a qué hora juega River, ni discutir de política, ni andar a las corridas de un lugar a otro, y entrego cualquier revolución por un pochoclo grande y dos cocas medianas en un cine un sábado a la noche. Qué hacemos si ya estoy pensando en números binarios, en dónde pasar las vacaciones, en planes al cuadrado.

Y sin saber cómo seguir con todo esto es cuando llego a la conclusión de que uno escribe para remover recuerdos, para cerrar heridas. Para repasar viejos errores, pero también para aprender a no volver a repetirlos. Creo que uno escribe para soñar mundos mejores, pero sospecho que cuando te enamorás, dejás de escribir, porque te dedicás de lleno a hacerlos posibles.


(Nota: Esta sería una muy buena forma de terminar el blog. Pero no, todavía no estoy en problemas).

lunes, 17 de diciembre de 2012

Bujías & motores

Se podría llegar a decir que estar en pareja es como comprarse un auto.

A veces te toca la suerte de tener un modelo nuevo, con poco kilometraje, recién salidito de la concesionaria, lleno de ese aroma que lo hace tan único, de esos que no hay que hacerles nada y andan solos. Nunca te deja a pata, nunca un plantón, nunca un llamado desde el teléfono público que está sobre la Panamericana para que la grúa te saque de la autopista. Nunca nada de nada. Pero ojo, la perfección puede tornarse previsible y aburrida, es muy probable que casi no lo tengamos en cuenta, ya que ahí no existen los focos problemáticos.

Otras veces el modelo que tenés es muy viejo y cachuzo, la guita no daba para más y te dijiste lo uso este año y después lo cambio. El aire siempre es espeso y cargado, porque el auto sabe que la situación no da para más, y vos también sabés que así la cosa no va. Pero no te decidís a dejarlo, por cariño, por costumbre, por el recuerdo de tantas aventuras juntas. Queda, todavía, la estela de un pasado grandioso, lleno de dicha y armonía.

Pero el auto copado copado es el que no es ni muy nuevo, ni muy viejo. Un auto, ponele, con cinco años de uso, con sus mañas totalmente identificadas, con los chiches que uno le fue agregando con el tiempo, con lo que le pudo ir haciendo. Eso sí, siempre controlando el cambio de aceite, haciendo el service correspondiente, ocupándose de tenerlo listo para cualquier inconveniente. Un auto que puede tener sus días, pero que siempre va para adelante, atravesando juntos la ruta hacia el lugar que quieran. Sin apuro, relajados, la mejor manera de vivir.

¿Por qué sé tanto de mecánica? La verdad que ni idea. No tengo auto, ni está en mis planes comprarme alguno. Yo soy muy bueno combinando trenes, subtes y colectivos.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Auriculares compartidos

Desde 1993 hasta el 2007 usé diferentes modelos de walkman. Los primeros eran negros, los últimos ya venían en la gama de gris con un par de stickers que le daban un poco más de onda. Para no gastar pilas en retroceder un lado del cassette me había convertido en un experto en rebobinar, gracias a un sistema, que era por aquel entonces, innovador: consistía en juntar las dos manos y mover rápidamente mis dedos, si me mirabas de frente parecía que estaba rezando. Al comienzo usaba auriculares grandes, con esas vinchas que te cruzaban toda la cabeza (que ahora volvieron a estar de moda) pero desde el '95 siempre usé los auriculares chicos que se te incrustan en el oído y que te permiten escuchar de a dos. Grabada mucha música, de la radio, de los cd's que pasaba a cassette en el centro musical que estaba/está en el comedor de la casa de mis viejos.

Lo primero que hacía cuando me gustaba una chica era hacerle escuchar lo que tenía en mi walkman. No sé bien por qué, tal vez porque no sabía de qué hablar, no sabía qué contar. Creo que era una forma de mostrarle qué cosas me gustaban, qué era lo último que había descubierto, la excusa para que me diga algo, una forma de evitar silencios incómodos, para que no se aburriera y se vaya. No lo sé.

De todo esto me había olvidado hasta que el otro día me acercaste tu celular y empecé a escuchar el comienzo de un tema de Coldplay. Me hiciste acordar que yo antes hacía lo mismo. Espero que sea por el mismo motivo.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Sobre maestros y discípulos

Hace un tiempo atrás el señor D fue el maestro del señor N

Fue su mentor. Su Shifu, su Qui-Gon Jinn, su agente K, su Ra's Al Ghul, su Morfeo, su Sri Sri Ravi Sankar, su Eddie Felson, su Roshi, su Mickey Goldmill, su Chazz Reinhold, su señor Miyagi.

Depositó en él todas sus enseñanzas: sus tácticas, sus silencios, sus atajos, sus errores de sistema, sus trampas, sus salidas de emergencia, sus estrategias más efectivas. Lo programó con paciencia para saber esperar. Lo llenó de preguntas indicadas para usar durante el trascurso de una cena. Le brindó una guía de respuestas correctas para cada momento específico. Le regaló su modo de ver todo un mundo, de entender los secretos de un universo incomprensible.

Después de meses de arduos entrenamientos, de caminatas interminables por el medio del bosque, de charlas explicativas, de días enteros bajo el sol del verano, de gráficos y proyecciones, de ejercicios sin (aparente) sentido, de levantarse todas las madrugadas para correr por el campo, de ritos e iniciaciones lo dejo listo para comenzar con sus funciones.

Pasó el tiempo.

Cuando el señor D puedo observar los resultados preliminares de sus primeras incursiones en oficinas, cumpleaños, bautismos, casamientos, boliches, bares y lavanderías. Cuando se dio cuenta que su legado quedaba en buenas manos, decidió rendirse y abandonar todo. Fue el momento en que el señor D se enamoró. De dar comienzo a una nueva aventura, con mayores riesgos, con más peligros, sino, me pregunto, qué otra cosa tiene mayor vértigo que querer tener un proyecto de vida con una señorita.

Mientras tanto, el señor N sigue mostrando una estadística impecable. No crece el pasto por donde pisa. Pero me parece que él, también, ya busca nuevos desafíos.