lunes, 25 de marzo de 2013

Pasado de rosca

Hay algo que me pasa a veces. Cada tanto, no siempre, no muy seguido. No sé si se puede explicar muy bien.

Es como una especie de vértigo en la forma de hablar, de escribir, de pensar. Un constante atropellamiento con las ideas. Un pequeño huracán en la cabeza. De pasármela todo el día tipeando una catarata de oraciones inconexas en el bloc de notas del celular. Una inundación de frases sin sentido mientras viajo, trabajo, cocino o espero para pagar. Un apuro en la forma de caminar, una permanente idea de llegar tarde a todos los lugares donde voy.

Y no es solamente eso. También empiezo a despertarme más temprano. Llego puntual al trabajo. Organizo una maratón de actividades para el fin de semana: desayunos, reuniones, comidas, deportes, conciertos. No tengo sueño, no me siento cansado. Creo (se me ocurre ahora) que la única imagen que puede graficar ese momento es la de los dibujitos animados donde un perro está tan contento que no puede dejar de saltar en el lugar.

Se llama ataque de ansiedad.

No me pasa seguido. Insisto. Sólo me sucede cuando te conozco y empiezo a hablar con vos.

lunes, 18 de marzo de 2013

Sin recursos

-¿Trabajás o estudiás?

Estaba seguro de que con esa pregunta me ibas a sacar a los escopetazos, a corretear con una escoba, a decirme así no, flaco, que eso se dejó de usar hace mucho tiempo, a contarme que de esa forma tu abuelo se levantó a tu abuela, que con ese verso no iba a llegar a ningún lado.

Y yo te iba a responder que estaba demasiado borracho, cansado, poco lúcido, que los momentos de brillantez en mi vida escasean, que cada uno hace lo que puede para intentar hablarte, que todo era una gran excusa para escuchar (a duras penas) tu voz.

De paso también aprovechaba y te decía que me cansa el ruido, afeitarme, hablar con el de la puerta. Que pienso que en la ciudad estamos todos desencontrados, que trabajar es una gran mentira, que la vida es una sucesión de hechos que se repiten una y otra vez, que nada tiene realmente sentido. Manotazos desesperados en la oscuridad del boliche. Pero inesperadamente de tu boca salió un...

-Trabajo y soy arquitecta.

Y ahí nomás me quedé sin preguntas para hacerte.

lunes, 11 de marzo de 2013

Indiferencia programada

Te saludaba todas las mañanas pero nunca me respondiste con un simple “buen día”. Te alcanzaba los informes y los revoleabas con desgano en un rincón. Te hablaba y siempre tus ojos se perdían en el monitor, el teclado o tu celular. Las pocas veces que pasaste por mi escritorio fue sólo para robarte mis galletitas. No eras la persona más copada que había conocido. No me dabas ni bola. Pero eras linda, muy linda.

Te veía llegar todas las mañanas repartiendo simpatía por toda la oficina, pero conmigo siempre el silencio y la mala onda. En medio de tanta indiferencia aprendí a entender los gestos de tu cuerpo, tu manera de sentarte, tu boca torcida cuando algo no te cerraba, tu cara cuando estabas concentrada, tu alegría cuando hablabas de tu sobrino, tus ganas permanentes de viajar, tu nerviosismo a la hora de volar.

Hace poco te crucé por la calle. Hace tiempo que habíamos dejado de trabajar juntos.

Hablamos cinco minutos, más de todo lo que no habíamos charlado en nuestras vidas. Te conté que cuando fuimos compañeros me había convertido en un especialista en contemplar tu manera de reírte, el dorado de tu cabello, los colores de tus uñas, los detalles de tu vestido favorito, y que realmente me parecías/pareces muy bonita. Que estaba seguro de que si alguna vez salíamos la podíamos llegar a pasar muy bien.

Un gesto de ternura empezó a derrumbar tu distancia eterna, pero no te di tiempo a que soltaras una palabra. Te dije que estaba apurado, que se me hacía tarde, que no llegaba.

Te di un beso y me fui.

lunes, 4 de marzo de 2013

Balance justificativo

Por el cheesecake de Mc Donald'sPor los domingos de delivery con pizza de La farola. Por los dos cuartos de helado que pedíamos en DanielPor los sábados en CarlitosPor tu indignación cuando terminaba cada capítulo de LostPor las sobredosis de asado en Las cholasPor llevarme a la fuerza a la baranda del Quilmes RockPor el flan casero con dulce de leche en la pulpería La lechuzaPor las escapadas a Terrazas de Colón. Por ver cómo dudabas, me preguntabas y te probabas mil cosas a la vez en Unicenter

Por las tardes de otoño y té en el delta. Por los llamados antes de dormir. Por los discos que escuchábamos constantemente. Por convencerme de usar más seguido la tarjeta de débito. Por tus besos en medio del viento. Por enseñarme a combinar un poco mejor la ropa. Por tus ganas de que te abrace todo el tiempo. Por lo empalagoso que era vernos juntos. Por entendernos con sólo mirarnos. Por las cosas que fuimos aprendiendo. Por las ciudades que no conocimos. Por los planes que no terminamos.

Por todo eso, y por otro montón de cosas que ahora no recuerdo, es que decido abrir el correo, escribir una simple y sencilla línea para mandarte por la red un humilde:

“¿Cómo andás tanto tiempo?”